viernes, 14 de agosto de 2009

Historia de un pasillo


Por los pasillos de aquel hospital de Angamos, una tarde de jueves, Pedro la encontró sujetando su respirador y batallando para regresar a su triste cuarto gris.
- ¿Te ayudo? – preguntó con su mirada preocupada.
- Si, por favor – fue la cohibida respuesta de la muchacha.
Ya en el cuarto de la muchacha, una voz delicada y sofisticada retuvo a Pedro.
- ¿Podrías quedarte un rato? – dijo la tímida niña.
- Bueno, no hay problema – señaló él.
Ella se llamaba Lina, tenía tan solo 15 años, un amoroso hermano mayor y un cáncer al pulmón tan avanzado, que su tratamiento era casi inservible. Estaba perdiendo la batalla, sin embargo su carácter y su mirada demostraban su inquebrantable espíritu, su amor a la vida y toda la dignidad de una niña que se aferraba a la vida.
Pedro habló con Lina por más de 3 horas, sobre sus planes para cuando saliera del hospital, sobre su amado colegio San Agustín, sobre el cáncer y todo el dolor que este acarreaba. El se perdía en la mirada de Lina, se enamoraba de su dulzura y de su fortaleza, se enamoraba de sus pardos ojos y su piel de seda y sucumbía cuando ella, sin aliento, se aplicaba el inhalador y se colocaba su máscara de oxígeno.
- Y… ¿qué me cuentas? – dijo Lina, igual de tímida que la primera pregunta que le hizo en su cuarto.
Él, enamorado, le contó las cosas más bellas de su pasado, sólo esas. Le contó sobre Huancayo y el maravilloso valle del Mantaro, le contó sobre su abuelo, el político, y le habló sobre lo bello y cautivador de los ojos de la chica que acababa de conocer.
- No seas mentiroso – dijo animada ella – Si fuera así, hubiera tenido siquiera algún pretendiente…
- Mentirosa – dijo tiernamente – Mira, apenas salgas de aquí, iremos a almorzar, ¿vale?
Y una lágrima cayó por la mejilla derecha del ángel, y después de un pequeño suspiro, la niña volteó su cara hacia la ventana y preguntó sin mirarlo.
- ¿Volverás mañana?
- Si.
Y una sonrisa hermosa, llena de amor y de bondad se dibujó en el rostro de Lina; mientras que el corazón de Pedro se llenaba de los más dulces deseos, aquellos que nunca había sentido, lejos del morbo y lleno de ganas de, por primera vez, ser para alguien.
Al día siguiente, Pedro faltó a la universidad y fue directo al hospital, para saludar a su tío (por el cual había llegado allí) y para tomar por asalto a su princesa. Ella estaba echada, como siempre, leyendo un pequeño libro de Ribeyro; sin embargo, apenas lo vio, soltó el libro y se volteó para él, susurrando un “volviste” y sin creer lo que decía.
- Te dije que volvería – dijo él.
- Gracias, digo, no quiero ser una carga – contestó sintiéndose culpable.
- Nada de eso, Lina, si yo vengo es porque quiero .
Lina, asombrada, sonrió gentilmente al joven y le preguntó sobre su día. La conversación fue similar a la del día anterior, mas esta vez, el se animó a preguntarle un poco más sobre su terrible enfermedad
- Lina, ¿Cómo sabes que saldrás bien de todo?
- No lo sé.
- Pero, ¿qué te inspira a que no dejes de sonreír?, digo, te ves más parada que yo.
- Jajajá… Sabes, cuando uno no sabe lo que va a ocurrir con su cuerpo o con su vida, lo mejor es vivir el momento, aferrarse a cada minuto con todo el alma, y más a la gente que uno quiere, como a ti…
Se quedaron los dos en silencio, mirándose fijamente por la habitación; no hacía falta decirse más…
- Qué ganas de abrazarte – dijo tímidamente el joven.
- Qué ganas de poder concretar aquella cita – dijo triste la niña.
Pasó un largo rato, hasta que llegó el hermano de Lina, un joven alto, buen mozo, pero con rostro cansado.
- Disculpa, ¿tu quien eres?- preguntó a Pedro.
- Es mi amigo – respondió Lina por él.
- Mucho gusto, soy Enrique – dijo dirigiéndose al enamorado.
- Mucho gusto, yo soy Pedro.
Enrique le llevaba 10 años a Lina, sin embargo era ya todo un hombre. Desde el fallecimiento de sus padres, él tuvo que tomar a Lina bajo su tutela, lo mismo que lo obligó a tomar otro trabajo. Él amaba a su hermana, era todo para él, pero su rostro demostraba la realidad y no la esperanza, lo que a veces deprimía mucho al angelito.
- Princesa, disculpa si ayer no vine, tu sabes como es la chamba.
- No te preocupes, estuve bien resguardada.
- Gracias – dijo mirando a Pedro, y se volteó de nuevo – Ya es hora de descansar, reina, mañana verás a tu amigo de nuevo.
- ¿Es eso verdad? – dijo la niña mirando desesperadamente a su nuevo y último amor.
- Claro niñacha, mañana a la misma hora – culminó él.
En el pasadizo del hospital, Enrique le dijo a Pedro si quería conversar, a lo que el asintió adivinando que no iba a ser una conversación agradable.
- Pedro, dime, ¿qué pretendes?
- ¿Perdón?
- Si, dime, ¿qué pretendes al asediar a una pequeña con cáncer? ¿Quién te has creído tu para venir e intranquilizarla?
- Mira Enrique, yo estoy enamorado de su hermana y, joder, no me importa lo que me vengas a decir, no la asedio ni la incomodo, la hago sonreír y ella a mi también, nos hacemos felices…
- ¿Te ha contado que está en fase terminal?
- Si.
- Escúchame, ella es todo para mí, es mi vida, así que si la haces sufrir en estos, sus últimos días, te juro que…
- Ella no morirá…
- Nos vemos...
Enrique le dio un fuerte apretón de manos, disimulando sus ganas de llorar, mientras que Pedro se retiró del hospital, consternado, pero con ganas de regresar a por ella, solo por su bella princesa Lina.
Eran las 3 pm del sábado, Pedro estaba conversando sobre el futuro con Lina en su cuarto, cuando de repente Lina se desmayó en la cama. Pedro llamó gritando a los doctores, los cuales entraron, lo botaron de la habitación y comenzó la penosa espera.
Tras 4 horas de operación los doctores dijeron que Lina ya estaba mejor, que tuvieron que quitar parte del pulmón izquierdo y que la evolución de Lina ya era imposible, razón por la que lo mejor era que Enrique la llevara a casa al día siguiente. Con el dolor de su alma, firmó un documento que más que justificar la salida, significaba la sentencia de muerte de su hermana, pero era lo mejor, ni él ni Pedro querían verla morir con extraños…
Pedro pasó la noche en el cuarto de la durmiente, mientras que pensaba que sería de él cuando su amor se fuera, el tenía la esperanza de que ella viva, él sabía que nada los iba a separar, ni la muerte, por lo que pintó con furia una sonrisa en su rostro y espero al amanecer para despertar con su amada y llevarla a aquella cita que le prometió.
- Buenos días reina - dijo cansado pero sonriente.
- Buenos días, Pedruchis, ya me quiero ir… - dijo con tristeza.
- Estamos esperando a Enrique, llega y nos vamos – dijo – además te tienes que animar, te tengo una sorpresa.
- ¿Cuál es? – preguntó intentando mostrarse alegre.
- Hoy tendremos nuestra primera cita en el comedor de tu colegio.
Y ella comprendió que él era el único capaz de hacerla vivir, de hacer que se sienta como una niña de su edad y no como una anciana con cáncer; sintió que quería vivir por él y para él, que nada los alejaría y nada la tumbaría, pues cuando uno ama, todo es posible. En ese momento, ellos se dieron cuenta de que había encontrado aquel tesoro que todos buscamos para sentirnos completos, aquel tesoro preciado que justifica las ganas de reír de vivir, habían encontrado el verdadero amor.
Cuando Enrique llegó, se fueron juntos al comedor del colegio San Agustín, en donde sus amigos la esperaban animados, con ganas de saludarla y decirle que todo estaría bien. Se sentaron los 3 en una mesa, Lina con dificultad podía caminar. Le pidió a Pedro que la acompase al baño, y el asintió tan amoroso como la primera vez.
- Recuerdas que nunca nos pudimos abrazar… – dijo Lina.
Y Pedro la abrazó como nunca había abrazado a alguien y Lina lo besó en los labios. Los dos estallaron en lágrimas, no querían separarse, no podían hacerlo, se amaban demasiado como para ser vencidos por algo tan sucio como aquella enfermedad. Cayeron al suelo sin dejar de besarse y tras miles de destellos y disparos como flashes, sus almas se elevaron al cielo y desaparecieron en forma de 2 mariposas… Nunca nada los separaría jamás.

Autor: Piero Ramos Rasmussen