domingo, 25 de diciembre de 2011

Farewell a los rones


a Ernesto 


una lengua te inflama
la cadera mozalbete
la estrella roja, húmeda
clamas prosigues
                la cuenta, por favor
                   Vienes a casa

tendidos absortos incrédulos
mojada espalda sudor asma tú
                           oliendo, y vas

surca la carreta en el camino las piedras
una ficción
concavidad
adentro, el colgante humano
                           fauces
                      no necesitas herir
                    Sangre. Sangre. Sangre.

Una peste nos persigue
infieles hasta el cogote
loqueado
        disuelto

sábado, 10 de diciembre de 2011

La movida

- Que todo fue tu culpa.  - mentí y pasó a satirizarme - Claro, como eres su hijito...
- No hablamos de ti. Pero es la verdad, Laura.
- ¿Por qué arremetes, hombre? ¿Qué te hago?  
 Luego, sin indignarse más, me alcanzó sus llaves y conduje su auto rumbo al cementerio; la noche anterior, en la plenitud de nuestros sábados, a raíz de un papelito botado salió a flote el tema de la poesía y la Movida Española. Es que Laura nació en Barcelona un 20 de noviembre de 1975, el mismo día que murió un Franco: me llevaba una joroba de años encima. 
- Cuando hicieron La chica de ayer,  alguien debió  pensar mucho en ti. - le dije, recuperando mi escrito, saliendo de la ducha.
- Está tierna esa cosa. - y se volteó.
- Tus cabellos dorados parecen el sol, tal cual, es todo una metáfora de ti.
- No soy rubia.
- En Perú sí. - y supongo que me creyó; luego, atinó a evocar los rulos de su hermana. Yo desaparecí el poema dentro de un montón de papeles.
- Lupe sí era rubia. 
- Tú aún rayas.
- De eso que no te quede duda, tío ,pero Lupe rayaba tanto en Barcelona como en Lima. Yo siempre fui la greñuda de las mellizas. Sí, es la verdad: Lupe era mejor. - sentenció. Luego, yo me desentendí en lo que buscaba mi saco.
La mataré es la mejor canción de la Movida, ¿no crees? - me preguntó.
- Quizás, amor, ¿las llaves?
- Se parece a ti. En el cajón. 
- ¿Quién? - recogiéndolas.
- Loquillo.
- ¿Qué tiene Loquillo? Disculpa,  ¿me pasas la colonia, princesa?
- La Movida fue un locurón. - suspiró - Toma.
Yo me retiré de la habitación y torpemente volví para despedirme.
- ¿A dónde irás? - me dijo.
- Al bar.
- ¿De nuevo?
- Sí.
- ¿Con quiénes...?
- Con los chicos, de ahí regreso para dormir juntitos, mi reina.  
- ¿Habrán tías?
- No.
- Sé sincero conmigo, Rómulo.
- No irá nadie, Laura.
- Verga... no eres sincero...
- Confía, mujer. 
- !Te conozco...!
Y en la cama, le cogí los hombros y la estiré por algunos minutos. -  ¿Confiarás en mí ahora? 
Ella permaneció tendida, exhausta. Luego, con sus verdes como pinos en un abril resucitado, me dio un manotazo de ahogado.
- No me engañes. - como en un gemido, sin mayor ceceo. 
En ruta al departamento de Mariella, con quien compartía, recordé que mañana se cumpliría un año de lo de la hermana de Laura, Lupita Maestre.
- Estás seco hoy. - susurró Mariella, tendidos encima del lecho.
- No es nada. Estoy cansado.
- La españoleta, de seguro...
- Se llama Laura.
- ¿Qué pasa con ella ahora?
-  Sospecha. Es lo que pasa - amargo como el sin azúcar en las alturas - Hoy, incluso, en lo que me bañaba descubrió el poema que te hice. 
- !Ah! - con la boquita abierta - !La chica de ayer! 
Me dieron unas ganas de llenarle la boquita flácida, fofa, pomposa y libre. - ¿Y qué le dijiste?
- Que lo escribí por ella. ¿Qué más podría decirle?
- ¿Te creyó? - sin molestarse porque yo regalase lo suyo.
- No sé.
- Así son las españolas, les gusta revolverlo todo. - luego se calló, sobre mis piernas,  despojándose y su boca vacía, para mí - Olvídate... - como el arruyo sobre la arena en fruición. 
En esas ocasiones que me refugio, suelo dejarlo todo y guiarme de la providencia. A la mañana siguiente, con el pan en la mano me devolví como un perro cojo al departamento de Laúra, lugar en donde me quedo desde la irreconciliable disputa con mi padre.
- Llegas tarde, pringáo. - me dijo, con una sonrisota.
- ¿Tarde para qué? - le dije.
- Tenemos que ir a visitar a Lupita. - animándome, apretándome los hombros - Hoy se cumple un año, ¿te olvidaste? - y se puso tierna.
- Lo siento - con mis manos en sus greñas - en verdad me olvidé... !Dios mío...! !Perdóname...!
- Tío - con la calma de una virgen, metida en varios roles - , yo no te avisé. 
- Si me hubieras dicho, Laura, Laurita...
- Más bien, - y de una forma que no le conocía - tú dime, ¿Te quedaste donde mi ex, supongo...? 
- Donde mi padre. - respondí lento, comprendiéndola; había ensayado otra respuesta - Es que me quedaba cerca... y tu auto... - alardeando para defenderme. Supe a qué jugaba. De repente, un rayo de luz le iluminó toda la cara, dejándome ver sus perlas. Yo lo recordé todo, fue como una venganza de parte suya. 
- Así que te quedaste a dormir en su casa. - y se carcajeó de mí - Ese es un puerco, tío. Un puerco. 
Yo me desencajé por completo - y tío, - con salvaje entonación - a todo esto, ¿qué dijo de mí, tu papi, el Duque?  


viernes, 9 de diciembre de 2011

Los juegos propios


- Era su cumpleaños de Leíto. Juanacha le sirvió cachangas, porque la cachanga es su favorito y aquí, en los altos del cerro Camote no hay nada. Es que le riñó ayer a Leíto porque se quedó hasta tarde dándole a su pelota y disque ella se sentía culpable porque el guagua se asustó mucho y, entre otras cosas, Juanacha está un poquito tocada. Es que nació mudita. En cambio, yo corriendo me bajé a la urbanización para lavar harto, así venía con lo más pronto antes que termine el día: ¡Tendría la tarde libre! - miró a la niña que cargaba el bebé -  Juanacha parecía haberlo superado – suspirando -, y yo, pues, como no tengo la facilidad que se dice para comprarle la navidad ahora que se viene..., a nadie, pues, planeé llevármelos de paseíto, pues. Así que poniéndome el poncho y a Rudy encima, me dije a mí misma antes de salir: ¡Guillermina, vamos a alegrarles hoy!
***
Para la hora de almuerzo, la urbe de Canta Callao estrenaba ropa limpia gracias al saturado dispute de las mamachas que venían del cerro en búsqueda de mejor clientela. Pero aquella mañana, cuando Leíto en unidad y Juanacha con las mazamorras con leche, Guillermina entonaba un huaynito de casa surcando las piedras, escaleras abajo. .

Paqarinmi ripuchkani, perlaschallay, 
mana pitaq despidispa, perlaschallay, 
kausaspaycha kutimusaq, perlaschallay, 
wañuqpayqa manañacha, perlaschallay. 

Y Rudy se carcajeaba de tantas íes ensimismado en la joroba de la chimuela Guilermina. No le tomó más de quince minutos a la mamacha en recorrer hasta el final del precipicio, que era un enjuto camino dorado en la mitad de un cúmulo de arena. Luego, al otro lado de la pista, la urbe de casas construidas, parques, rejas y hasta empleadas le dieron la suerte, lavó ropa durante seis horas y al cruzarse con otra lavandera, sólo recibió saludos y recomendaciones, lo que le retuvo la calma. Para las dos de la tarde, Guillermina contaba con veinte nuevos soles entre lana y colcha, con el sol en la frente, por lo que retornó a sus altos para de una vez salir de paseo, subiendo las resbalosas con Rudy aún en su espalda soplando como en un pajar.
En casita, las dos mujeres, el niño y el bebito postrados en el colchón como sardinas, secaban hirvientes platos de menestrón sobre sus faldas.
- ¿Estás contento?
- Sí, mamacha. !Rica la presa!
Juanacha emitía ruidos y silbidos en lo que jugaba con su pequeño Rudý, quien, tras los nueve meses, nació para contener la gotera.
- Terminamos de comer y nos vamos, pues. Rapidito para aprovechar.
- !Grandaza! -dijo Leíto
- Para los cumpleaños sí hay plata. – y lo envolvió en lo que Juanacha contemplaba la escena - Es bien listo, el Rudy.
- Ya quiero que hable. – inquirió Leíto, despertando.
- ¿Y cuál quieres que sea su primera palabra?
- Que sea Leíto.
Juanacha esbozó una reconciliada sonrisa desde su lugar del colchón, sin entender nada, alegría que se prolongó desde que Rudy acabó de embarrarse con el menestrón hasta Larcomar. Escaleras abajo, emprendieron un largo camino horas en transporte público hasta arribar al distrito de Miraflores.
***
Una procesión de cuellos rojos, gorras Gap y lentes de sol contrastaban a los cuatro turistas del cerro Camote. Guillermina Huamaní vestía un poncho colorido desde el cual Rudy asomaba su cabecita tratando de ganarse con todo lo nuevo que se le ponía en frente, Leíto encandilaba con sus lentes cuadrados y su buzo de primaria y Juanacha repetía los colores del poncho de su hermana, aunque el polo era de franela. Entre risas, esquivaron entre robustos y retocadas, caminando por un parque Kennedy en donde lo único carente de prejuicios era la multitud de gatos sin dueño que cazaban y conseguían su alimento por propia cuenta.
Los juegos electrónicos estaban al lado del mar, en un centro que parecía más propio de otro país y en donde lo venido de los malls del norte despertaba el chirriante interés de cuanto travieso ventoso de pelo castaño hubiese. Leíto quedó maravillado cuando, tras un reportaje, el ministerio se pronunció enviando a los niños de su colegio a Larcomar, y los juegos electrónicos, esos bulliciosos artefactos sacados de una pelicula de marcianos lo habían echo despertarse con una sonrisa en los labios más de una noche.
Guillermina le pasó a Leíto todo el dinero que guardaba y le dejó adelantarse. "Qué corra libre", le dijo a Juanacha.  Las prolongadas cuadras del distrito pronto alcanzaron los detalles del lugar público. Para entrar, se atravesaba por un tranquilo parque en donde, por dos soles cincuenta o lo mismo que un dólar en nuestros días, la municipalidad le otorgaba al ciudadano común la nitidez de una isla depuesta en la lejanía de la espumosa Costa Verde. Allí había juegos, pero eran mecánicos y desanimaban. Uno de esos fue el que lanzó la alerta al divisar a la familia tentando las escaleras eléctricas para bajar al centro comercial. Las escaleras no eran resbalosas y la tierra no se escabullía en las ojotas ni hacía orzuelo en los ojos como sucedía desde las faldas del cerro, sino que se movían automáticamente bajo un conjuro que los arrastraba en mancha. Una vez abajo, Leíto recordó el lugar exacto adonde estaban los juegos electrónicos, porque aquella vez se grabó el camino, por lo que emprendió la carrera en lo que, en pleno pique, una grotesca pata de simio se interpuso en su camino, derribándole como un saco de papas.
- ¡Oiga... – exclamó Guillermina precipitándose - no ve que es un guagua!
Juanacha, que miraba anonadada, ciertamente no entendía las razones de semejante atropello, pero aquél le atemorizaba por lo que, desistiendo de tirar del poncho, se puso encima a su Rudy y emprendió escaleras arriba.
- Señoras. lo siento, pero en este local está prohibido el ingreso de vendedores ambulantes.
- No estamos vendiendo nada – y miró a su alrededor -, él quería ir a los juegos.
Pero a nadie le interesaba las razones del caso.
- Igual… - se corrigió el moreno de pelo corto y corbata michi- , pero igual, señora, allí el niño no puede entrar. Es que es muy pequeño para los juegos.
Guillermina le confrontó, luego, con una parsimonia de Cangallo, encorvó su humanidad.
- Papito – le dijo -, vámonos pá arriba. ¿Haz caso, si?
Y él, que era un chico aprehensivo y se había mantenido sin decir o reclamar, también en silencio hizo caso y escaleras para arriba; después, en el parque, Juanacha, que ya no temblaba sino que se obnubilaba en una mariposa, le alcanzó el bebito a Guillermina cuando de pronto, jalándola el apure de Leíto.

martes, 6 de diciembre de 2011

"Hasta que nos lleve la muerte"


Con la voz del reo abordará
El día de mi suerte
Timbalero del hoy
Varias del Gran Combo
entre cortinas humeantes sabré
Trampolín
el sudor de tu espalda
Un verano en Nueva York.

Cuando Idilio te amaré
"Hasta que nos lleve la muerte"
el son de salsa dura que pondrá
cual libertad para el preso.
La lucidez vendrá por Brujería
y parados al amanecer.

Viaje en bus


Cualquier transeúnte es un semáforo 
Empapado desta escena de Lima
Rutilante, de hordas
Y seres moviéndose en negrura;
Despierta azuzada la oreja
Cerrando el Hemingway de mi frente
Derrotado el actor por el enjuto
Entre ignotas caridades avanza
Dando alergia al destartalado
Embobado de su huaynito ventoso
Y un aroma de casa que pastea en mí
En lo que pasa revista a los
Monjes de piedra,
Marías calladas, niños sentados.

Un hombre se preserva con la sal en sus palmas,
Vigas de metal cualquier día lo aprehenden.