jueves, 19 de noviembre de 2009

Lagrimas de sangre: el accionar de Sánchez Cerro

Terminada la dictadura de Leguía, el pueblo peruano se enfrentaba a una nueva era en la que se esperaba un cambio de una dictadura a una democracia, además que se apreciaban las nuevas ideas y el pueblo dividía su apoyo entre dos líderes populares: Víctor Raúl Haya de la Torre, creador y máxima figura del APRA; y Luís Miguel Sánchez Cerro, quien dirigió el golpe de estado contra Leguía. Al encontrarnos en un ambiente de paz y de seguridad, se buscaba algún líder capaz de mantener este ambiente y de generar un desarrollo social; sin embargo, pasadas unas controvertidas elecciones en 1931, la paz y el sosiego se transformaron en guerra, asesinatos e ideas perseguidas; todo esto debido al precoz y reprobable accionar del presidente electo. Pero ¿Por qué el presidente Sánchez Cerro cometió estas acciones? ¿Fueron realmente necesarias para defender la seguridad ciudadana? El presidente Sánchez Cerro, guiado por sus impulsos y con el pretexto de proteger a los civiles de los que él denominaba “subversivos apro-comunistas”, persiguió sin tregua ni cuartel a los apristas (muchas veces, encerrando o asesinando civiles sospechosos de ser apristas), acción muy reprobable debido a que no respetó la constitución. Además, legalizó crueles cortes marciales y atentó contra la vida de civiles inocentes, contradiciendo su idea de seguridad y de paz.

La mayoría de las acciones de Sánchez Cerro significaron el resquebrajamiento de la idea de paz oficial y evitaron que se produzca en el Perú una nueva era de democracia, seguridad y sosiego; por lo que a continuación comentaremos sobre aquellas elecciones que lo llevaron a la presidencia y que generaron gran controversia a nivel nacional. También relataremos el pésimo accionar del presidente con respecto al APRA y al descontento popular, para terminar dedicando un espacio para describir la terrible respuesta del gobierno frente a la revolución aprista en Trujillo, además de mencionar las tantas vidas que sucumbieron frente al accionar de un presidente que antepuso sus impulsos y su odio ante la seguridad e integridad de sus compatriotas.

Podemos afirmar que en las elecciones de 1931, las cuales llevaron a Sánchez Cerro a la victoria, comenzó la corrupción y el descontento popular en la época, además de darle al pueblo una idea de lo que sería los años siguientes. Decimos que comenzó la corrupción debido al extraño resultado de los comicios electorales, en los que Sánchez Cerro contaba con la gran mayoría de los votos a pesar de no tener el apoyo de las masas; además de la poca importancia que se le prestó a los casos de fraude electoral, los cuales eran muy visibles debido a que existían más votos que firmas en los padrones electorales. Para mostrar el fraude, podemos citar a Guillermo Thorndike, quien en su libro “El año de la Barbarie” nos muestra que “el APRA solicitó la nulidad de las elecciones en el Callo, porque en nueve ánforas existían más votos que firmas en el padrón, porque no se había publicado la lista de los electores, porque el número de votantes de la provincia constitucional era incierto…” (Thorndike 1973: 95); sin embargo, no se aceptaron las demandas apristas y Sánchez Cerro asumió la presidencia.

Estas controvertidas elecciones generaron el descontento del pueblo, quienes veían a Haya de la Torre como presidente moral del Perú, además de que el pueblo comenzó a apoyar la causa aprista, lo que llevó al presidente a tomar la ley de emergencia, la misma que significaría el mayor error del gobierno y el fin de la paz. El 9 de enero de 1932, el gobierno proclamó la ley de emergencia “que, con el pretexto de defender la democracia, significaba la muerte de la libertad de expresión y daba al gobierno los instrumentos legales para perseguir sin tregua a sus opositores” (Thorndike 144: 1968). A partir de esta ley de emergencia, el presidente Sánchez Cerro clausuró locales apristas en Lima y provincias, así como también encerró a algunos líderes del partido en cárceles, con el pretexto de generar subversión e incitar al pueblo en contra de su presidente. Sin embargo, no fue hasta el 12 de febrero de 1932, seis días después del fallecimiento del ex presidente Augusto B. Leguía, que empezó la feroz persecución hacia el APRA. En el congreso, muchos diputados apristas fueron despojados de todas sus prerrogativas por el poder ejecutivo, además de ser tomados presos; mientras que todos los demás apristas fueron buscados por militares y policías por las calles y en sus hogares, arrestando incluso al propio líder fundador del APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre, sembrando así el caos, la inseguridad, el miedo y el rechazo popular; además de provocar las insurgencias y las revoluciones de aquel fatídico año.

Entonces, podemos asumir que las elecciones fraudulentas dieron inicio a una época de descontento social, debido a que al pueblo no reaccionó a favor del nuevo presidente, sino del que llamaron presidente moral del Perú; también podemos darnos cuenta que Sánchez Cerro tomó medidas muy apresuradas, ya que las tomó a comienzos de enero, cuando él había asumido el cargo en diciembre, lo que nos muestra claramente que el accionar del presidente fue improvisado y muy reprobable. Además, podemos señalar que sus acciones significaron, desde el principio de su gobierno, el fin de la paz y el comienzo de una dictadura que no iba a respetar ni la constitución ni la vida, a fin de conseguir lo que ellos buscaban: un Perú sin opositores al régimen.

Después de las repudiables medidas de Sánchez Cerro, el pueblo, golpeado y despojado de sus derechos, decidió hacerle frente a la dictadura, produciéndose diferentes revoluciones en el interior del país. La revolución más sangrienta que sucedió en 1932, fue la llamada “revolución de Trujillo”, la misma que puso en evidencia la crueldad del gobierno y las inhumanas órdenes del presidente Sánchez Cerro. Después de la toma del cuartel O’Donovan por parte de los apristas, entre ellos Manuel “Búfalo” Barreto y Agustín “Cucho” Haya de la Torre, el gobierno inició lo que se convertiría en una de las masacres más tristes de la historia peruana, pues el accionar del presidente no solo destruyó muchas vidas apristas, sino también decenas de obreros, amas de casa y niños. La respuesta del dictador fue la de bombardear el cuartel O’Donovan sin remordimiento, además de acabar con todo aquel subversivo que se encuentre causando desorden, por lo que “…muchas bombas abrieron hoyos lejos de los blancos señalados. Los aviones se desplazaron hacia el centro de la ciudad y ametrallaron a los grupos de gente que divisaban en las calles, dispersando el cortejo fúnebre que acompañaba a los muertos.” (Murillo 225: 1976). Además, a pesar de lo terrible de aquel accionar por parte del gobierno, lo más repudiado fue que “Muchas bombas cayeron en casas particulares y dos proyectiles hicieron impacto en el Hospital Belén” (Murillo 225:1976). Por lo visto, al estado poco le importó la seguridad de las familias inocentes, de los niños enfermos y de la sociedad en general; sólo buscaba destruir a los apristas, aunque tenga que violar su promesa de mantener la libertad y la seguridad. La revolución de Trujillo terminó con la muerte de gran parte de la población trujillana, una corte marcial con 44 personas condenadas a muerte, una ciudad en la que “prácticamente no quedó familia que no tuviese una víctima o que no se hubiese enterado de la muerte de un amigo o conocido” (Murillo 241:1976), un fusilamiento de apristas y civiles en la huaca de Mansiche, una madrugada del 27 de Julio, y un comandante llamado Guzmán Marquina, que “en su mente enfermiza concibió la idea de organizar un baile macabro para celebrar la victoria y el aniversario patrio” (Murillo 243:1976); la fiesta sucedió 14 horas después de los fusilamientos.

Pero, si los apristas se encontraban refugiados en el cuartel O’Donovan, ¿fue necesario bombardear la ciudad para acabar con la revolución? ¿Por qué Sánchez Cerro ordenó esta medida tan cruel? Es fácil contestar estas dos preguntas, debido a que el presidente Sánchez Cerro no era nada cauteloso, así que todos sabían sus planes. Realmente no fue necesario bombardear la ciudad, debido a que el ejército peruano tenía a los apristas amotinados y encerrados en el cuartel, mientras que los demás habían escapado por los alrededores del pueblo; y el accionar de Sánchez Cerro, desde las primeras leyes hasta las medidas contra las revoluciones, fueron creadas y ordenadas por su deseo de acabar con todo aquel vinculado con el APRA, sin importar que sean sólo civiles, familiares o conocidos.

Muchos podrían decir que el accionar de Sánchez Cerro era necesario para acabar con todos los intentos de revolución, además de ser necesario para hacer respetar el poder del estado; sin embargo, esto puede ser fácilmente refutado por todos aquellos que respetan la vida. Para acabar con una revolución se necesitan medidas fuertes, en las que se detenga a los subversivos; sin embargo estas medidas tienen que realizarse respetando la constitución y la integridad de las personas. En el caso de Luís Miguel Sánchez Cerro, el presidente no respetó la constitución, pues legalizó cortes marciales, las mismas en las que se condenaba a muerte a personas inocentes, cuyos derechos no eran respetados. Además, entre sus viles medidas encontramos violaciones contra la libertad, asesinatos en masa y destrucción de viviendas; todas estas medidas usadas por el pretexto de que el fin justifica los medios, a pesar que los medios para este fin, significaran la destrucción de toda libertad y la aniquilación de todo un pueblo.

Las acciones de Sánchez Cerro, con respecto a las revoluciones y actos de la oposición, fueron totalmente nefastas, apresuradas y hasta podríamos decir desquiciadas; debido a que este presidente, quien promulgaba respeto y paz, deformó su discurso de una manera absoluta y negativa. Sánchez Cerro no respetó la constitución, no permitió que las personas hicieran valer sus derechos y fue el principal autor del genocidio que ocurrió en Trujillo, razón por la cual podemos decir que sus acciones no sirvieron para construir un Perú más tranquilo y pacífico, sino destruyó todo concepto de serenidad, ocasionó un caos generalizado y antepuso su bienestar como presidente, frente a la seguridad e integridad de su pueblo.

Para culminar, podemos darnos cuenta que Sánchez Cerro, desde las fraudulentas elecciones, provocó que se iniciara una etapa de descontento social, la misma que necesitaba un presidente que calmara los ánimos, pero Sánchez Cerro no lo logró. El presidente electo no logró mantener el orden ni la paz encontrada antes de las elecciones, además que sus malas decisiones, con respecto al tema del aprismo, aumentaron la desaprobación hacia su persona. Al momento de hablar sobre las medidas que tomó frente a los actos de insurgencia, podemos decir que aquellas acciones estuvieron totalmente equivocadas, debido a que se asesinó a centenares de personas sin el mínimo remordimiento (hasta se celebró una fiesta después del fusilamiento en Mansiche), se destruyó viviendas de gente inocente y se acabó con la libertad y el derecho a la vida. Terminaremos mencionando que el Perú, en la época de Sánchez Cerro, se transformó en un sangriento campo de batalla, en la que las ideas fueron amordazadas y las personas fueron denigradas por un presidente infame y hedonista, el mismo que con el pretexto de proteger a todos los peruanos, terminó con la paz y la libertad, además que nos llevó a la ruina y destruyó las vidas que juró proteger.

William Piero Ramos Rasmussen.

Bibliografía

THORNDIKE, Guillermo

1968 El año de la Barbarie: Perú 1932. Lima: Editorial Nueva América S.A.

MURILLO, PERCY

1976 Historia del APRA: 1919-1945. Lima: Atlántida S.A.

1 comentario:

  1. Es increíble cómo historiadores y medios de información (El Comercio) malinformaron y se prestaron a apoyar el genocidio o a minimizar la importancia de la Revolución de Trujillo, por anti-aprismo, por odio; Revolución (no mera rebelión o alzamiento) en la que no sólo murieron apristas sino también gente inocente, obreros y opositores, asesinados todos por las estúpidas directivas de Sánchez Cerro. Murieron alrededor de 6 mil personas. La oligarquía metió a ese ignorante a Palacio y en elecciones fraudulentas. No hay que olvidarlo. Y no hay que olvidar de qué lado estuvo el A.P.R.A. el 7 de julio de 1932, no hay que olvidar quiénes murieron por la libertad de nuestra patria; y tampoco hay que olvidar que todo ello ocurría mientras otros comían galletas, tomaban el té y revisaban las páginas de El Comercio cómodamente en un fino sofá a las seis de la tarde.

    G.T.

    ResponderEliminar