sábado, 10 de diciembre de 2011

La movida

- Que todo fue tu culpa.  - mentí y pasó a satirizarme - Claro, como eres su hijito...
- No hablamos de ti. Pero es la verdad, Laura.
- ¿Por qué arremetes, hombre? ¿Qué te hago?  
 Luego, sin indignarse más, me alcanzó sus llaves y conduje su auto rumbo al cementerio; la noche anterior, en la plenitud de nuestros sábados, a raíz de un papelito botado salió a flote el tema de la poesía y la Movida Española. Es que Laura nació en Barcelona un 20 de noviembre de 1975, el mismo día que murió un Franco: me llevaba una joroba de años encima. 
- Cuando hicieron La chica de ayer,  alguien debió  pensar mucho en ti. - le dije, recuperando mi escrito, saliendo de la ducha.
- Está tierna esa cosa. - y se volteó.
- Tus cabellos dorados parecen el sol, tal cual, es todo una metáfora de ti.
- No soy rubia.
- En Perú sí. - y supongo que me creyó; luego, atinó a evocar los rulos de su hermana. Yo desaparecí el poema dentro de un montón de papeles.
- Lupe sí era rubia. 
- Tú aún rayas.
- De eso que no te quede duda, tío ,pero Lupe rayaba tanto en Barcelona como en Lima. Yo siempre fui la greñuda de las mellizas. Sí, es la verdad: Lupe era mejor. - sentenció. Luego, yo me desentendí en lo que buscaba mi saco.
La mataré es la mejor canción de la Movida, ¿no crees? - me preguntó.
- Quizás, amor, ¿las llaves?
- Se parece a ti. En el cajón. 
- ¿Quién? - recogiéndolas.
- Loquillo.
- ¿Qué tiene Loquillo? Disculpa,  ¿me pasas la colonia, princesa?
- La Movida fue un locurón. - suspiró - Toma.
Yo me retiré de la habitación y torpemente volví para despedirme.
- ¿A dónde irás? - me dijo.
- Al bar.
- ¿De nuevo?
- Sí.
- ¿Con quiénes...?
- Con los chicos, de ahí regreso para dormir juntitos, mi reina.  
- ¿Habrán tías?
- No.
- Sé sincero conmigo, Rómulo.
- No irá nadie, Laura.
- Verga... no eres sincero...
- Confía, mujer. 
- !Te conozco...!
Y en la cama, le cogí los hombros y la estiré por algunos minutos. -  ¿Confiarás en mí ahora? 
Ella permaneció tendida, exhausta. Luego, con sus verdes como pinos en un abril resucitado, me dio un manotazo de ahogado.
- No me engañes. - como en un gemido, sin mayor ceceo. 
En ruta al departamento de Mariella, con quien compartía, recordé que mañana se cumpliría un año de lo de la hermana de Laura, Lupita Maestre.
- Estás seco hoy. - susurró Mariella, tendidos encima del lecho.
- No es nada. Estoy cansado.
- La españoleta, de seguro...
- Se llama Laura.
- ¿Qué pasa con ella ahora?
-  Sospecha. Es lo que pasa - amargo como el sin azúcar en las alturas - Hoy, incluso, en lo que me bañaba descubrió el poema que te hice. 
- !Ah! - con la boquita abierta - !La chica de ayer! 
Me dieron unas ganas de llenarle la boquita flácida, fofa, pomposa y libre. - ¿Y qué le dijiste?
- Que lo escribí por ella. ¿Qué más podría decirle?
- ¿Te creyó? - sin molestarse porque yo regalase lo suyo.
- No sé.
- Así son las españolas, les gusta revolverlo todo. - luego se calló, sobre mis piernas,  despojándose y su boca vacía, para mí - Olvídate... - como el arruyo sobre la arena en fruición. 
En esas ocasiones que me refugio, suelo dejarlo todo y guiarme de la providencia. A la mañana siguiente, con el pan en la mano me devolví como un perro cojo al departamento de Laúra, lugar en donde me quedo desde la irreconciliable disputa con mi padre.
- Llegas tarde, pringáo. - me dijo, con una sonrisota.
- ¿Tarde para qué? - le dije.
- Tenemos que ir a visitar a Lupita. - animándome, apretándome los hombros - Hoy se cumple un año, ¿te olvidaste? - y se puso tierna.
- Lo siento - con mis manos en sus greñas - en verdad me olvidé... !Dios mío...! !Perdóname...!
- Tío - con la calma de una virgen, metida en varios roles - , yo no te avisé. 
- Si me hubieras dicho, Laura, Laurita...
- Más bien, - y de una forma que no le conocía - tú dime, ¿Te quedaste donde mi ex, supongo...? 
- Donde mi padre. - respondí lento, comprendiéndola; había ensayado otra respuesta - Es que me quedaba cerca... y tu auto... - alardeando para defenderme. Supe a qué jugaba. De repente, un rayo de luz le iluminó toda la cara, dejándome ver sus perlas. Yo lo recordé todo, fue como una venganza de parte suya. 
- Así que te quedaste a dormir en su casa. - y se carcajeó de mí - Ese es un puerco, tío. Un puerco. 
Yo me desencajé por completo - y tío, - con salvaje entonación - a todo esto, ¿qué dijo de mí, tu papi, el Duque?  


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